Monday, November 9, 2015

España no entiende la democracia, así que ¿es extraño qué los catalanes quieran irse?

(Publicado originalment en Irish Times. Traducido por el Sectorial de Traductores de la Asamblea Nacional Catalana.)

En Portugal, el presidente Pedro Passos Coelho perteneciente al ámbito político de la derecha, decidió ignorar la decisión popular y no invitó a formar gobierno a la mayoría integrada por las izquierdas. A su vez, el exministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis recorre Europa intentando explicar que el 60% de los griegos votaron no al plan de austeridad de la Unión Europea, aunque el gobierno los ignoró y acabó aceptando dicho plan. Y en Cataluña, el gobierno español nos repite cada semana que no tenemos ningún derecho a decidir, pacífica y democráticamente, nuestro futuro político. ¿Cuándo empezó Europa a tener tanto miedo a la democracia?

Hace dos semanas en Cataluña, el recién constituido Parlamento presentó una resolución fundamentada en el programa electoral conforme al cual fue elegido, declarando el "inicio del proceso de creación de un estado catalán independiente en forma de república". La prensa y el gobierno españoles lo calificaron de golpe de estado y de "provocación", respectivamente, mientras que la prensa extranjera se ha inclinado por definirlo como una manipulación orquestada por parte del actual presidente catalán, Artur Mas, para aferrarse al poder y al mismo tiempo crear una cortina de humo para esconder la corrupción de miembros de su partido.

Esta total falta de comprensión proviene de no haber prestado la debida atención durante muchos años. El pueblo de Cataluña ha ido avanzando en la última década de modo inexorable y estrictamente democrático, hacia el momento actual.

La promesa de la democracia consiste en que si uno no está satisfecho con su gobierno, puede cambiarlo votando. En España, esta promesa se ha incumplido repetidamente, a veces brutalmente por parte de dictaduras. Un tercio de la población todavía puede contar anécdotas de primera mano de la última vez que ello ocurrió. Europa hizo concebir la esperanza de que podría civilizar España e implantar la democracia y Cataluña se lo creyó.

Echar leña al fuego

Desde la muerte de Franco en 1975, Catalunya ha hecho todo lo posible para que la relación funcionara. Hemos contribuido económicamente en mayor medida de lo que nos correspondía – y a causa de ello hemos acabado en peor situación económica que nuestros vecinos  − intentando llevarnos bien. Hemos defendido tenazmente nuestra cultura y nuestra lengua en un estado que dice que siente interés por ellas, pero en el que en realidad se imparten menos clases de catalán que en el Reino Unido, Francia, Alemania o los Estados Unidos y que prohíbe utilizarlo en sus propias instituciones, como el Congreso y el Senado y en las de Europa como el Parlamento Europeo. Al mismo tiempo, hemos aprendido español y nos gusta la literatura española. Hemos financiado mediante aportaciones privadas carreteras, líneas aéreas y conexiones con el aeropuerto, mientras que España dilapida el dinero en trenes de alta velocidad con destino a una localidad de 28 habitantes.

“España organiza una campaña del miedo que avergonzaría a Better Together y sin embargo, hemos vuelto a ganar con más votos incluso que en ocasiones anteriores.”

En 2005 y 2006, con la configuración posible de partidos más favorable en Madrid y Barcelona, los catalanes realizaron un esfuerzo con la mejor buena fe posible para negociar un mejor encaje. Pero Madrid no cumplió sus promesas. La lista es demasiado larga para reproducirla aquí, pero la frustración generada en Cataluña, la humillación que todavía sienten los catalanes al pensar en el modo en que el anterior presidente español  (que lo fue hasta 2011) prometió apoyar el estatuto aprobado por el Parlamento catalán, y en cómo el entonces diputado Alfonso Guerra se jactó después en una entrevista de haber “cepillado” el estatuto, no pueden ser subestimadas. El PP, actualmente en el poder, añadió más leña al fuego al llevar el estatuto ya recortado al Tribunal Constitucional para que lo redujera todavía más.

Una nación diferente podría haber respondido con la violencia. Cataluña respondió con la movilización y la democracia. A partir de pequeñas manifestaciones en 2006 y 2007 en apoyo del estatuto, 10.000 personas participaron en una manifestación en Bruselas (a 1.300 km de distancia) y en 500 poblaciones distintas se organizaron consultas sobre la independencia con votaciones escrupulosamente organizadas por 60.000 voluntarios, en las que participaron 850.000 personas sin ningún soporte institucional.  Se realizaron encendidas de velas, carreras en bicicleta, actividades de escalada, vídeos, conciertos, cenas, campañas puerta a puerta e incontables discursos. Después de esperar pacientemente durante cuatro años la sentencia de un Tribunal Constitucional cada vez más politizado que no podía tolerar la palabra “nación” ni en el preámbulo del estatuto, un millón de personas se manifestaron− pacíficamente – tras una pancarta que expresaba claramente sus sentimientos: "Somos una nación. Nosotros decidimos." Queremos democracia, queremos votar.

De nuevo, la respuesta del gobierno español fue un no − no a un estatuto mejorado, no a un pacto fiscal. España tampoco cumple su palabra en lo que respecta a compromisos relativos a inversiones adicionales o incluso a las inversiones anuales en infraestructuras. Existen partidas aprobadas y presupuestadas que simplemente no se pagan. Carreteras, puentes y conexiones ferroviarias prometidas no han llegado a licitarse nunca. Cuando la UE establece límites a la deuda que puede contraer España, el estado se reserve la mejor parte para él y establece un límite para Cataluña y otras comunidades autónomas del 1,5%, aunque ello requiera, en el caso de Cataluña, 4.000 millones de euros de recortes en su presupuesto, a pesar de tener transferidas las competencias de sanidad, servicios sociales, educación y policía local.

España aún no entiende la democracia
Una vez más, el pueblo catalán respondió con democracia. La recién constituida Asamblea Nacional Catalana organizó nuestra primera manifestación en 2012 y obtuvo una respuesta masiva – 1,1 millones de personas salieron a la calle sin romper ni un escaparate. El objetivo siempre es el mismo: tener voz, tener voto, democracia. Cuando el actual presidente del gobierno español Mariano Rajoy se negó a adquirir ningún compromiso, el presidente convocó nuevas elecciones con la promesa de un referéndum.

En 2013,  conseguimos que 1,5 millones de personas formaron una cadena humana de un extremo al otro de nuestro territorio, a lo largo de 400 km. Y además, cientos de miles de personas se inscribieron previamente con su nombre, apellido y número de DNI y 30.000 voluntarios trabajaron para garantizar que no existieran huecos en la cadena humana. Todo lo que queríamos era votar. Esta vez fuimos recompensados con una pregunta y una fecha para el referéndum.

En 2014, nos superamos con una bandera catalana de 11 quilómetros en forma de V de Votar en las dos avenidas más anchas de Barcelona. El 9 de noviembre, desafiamos al gobierno español que nos dio la espalda en el Congreso de Madrid, anuló la ley del Parlamento catalán y posteriormente ilegalizó nuestro “proceso participativo” alternativo, diluido y realizado por voluntarios: 2,3 millones de nosotros votamos de todos modos. Europa debería estar orgullosa de estos rebeldes e inspirarse en ellos. Este año hemos puesto el énfasis en diez objetivos de un futuro estado catalán: la democracia fue el número uno.

Nosotros respetamos las reglas. España contraataca anulando nuestras leyes, insistiendo en que las corridas de toros son un patrimonio cultural que no podemos prohibir, impidiendo que nos ocupemos de aquellas de nuestras familias que necesitan ayuda para gozar de los suministros en enero con la increíble excusa de la "igualdad" y una docena de medidas más. Los informes policiales fantasma y los registros con asistencia de los medios de comunicación incluida en sedes de partidos políticos parecen estar dirigidos a debilitar y dividir a nuestros dirigentes políticos, mientras que casos de mayor envergadura y más substanciados no tienen ninguna cobertura, lo que pone de manifiesto el motivo real. España aún no entiende la democracia.

España siempre dice no, no, no. No sois una nación, no podéis votar, no importa lo que penséis, nos pertenecéis. En respuesta, los catalanes no pelean, no gritamos, ni rompemos nada. En lugar de ello, el presidente convoca las únicas elecciones que puede convocar legalmente para que los catalanes puedan expresar su voluntad en las urnas: elecciones parlamentarias, el 27 de septiembre de 2015, que se formulan como un referéndum. España organiza una campaña del miedo que avergonzaría a Better Together. Y hemos vuelto a ganar. Más votos que en anteriores ocasiones. Mayoría de escaños y casi 10 puntos porcentuales más que los del No. Un mandato democrático para alcanzar un estado independiente. Esta es la manera de hacer de Cataluña. Democracia, pacífica  y decidida. No nos tengáis miedo. Aceptadnos. Aprended de nosotros.

Liz Castro es escritora y editor y presidente de la comisión internacional de la Asamblea Nacional Catalana. Seguidla en Twitter en @lizcastro.


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